Todas
las semanas colgado
en la
escalerita
del
viejo tren que salía
de
Rubén Darío
venía a
verme
y me
traía regalos.
Mientras
fui su confidente lo alimenté
con
comida barata, harina blanca
carne
picada, y papas
en una
pocilga
que él
a veces quería limpiar.
¿Cómo
se llamaba?
Quisiera
recordarlo
para
contar una de sus mejores historias,
cuando
hizo su primer trabajo
y se
quedó
con la
plata y las cosas,
y le
dio una paliza
al
dueño de la mafia.
¿Tal
vez rompí su corazón?
¿O
nunca pudo creer que yo existía?
Espero
verlo alguna vez
cuando
voy o vuelvo del Oeste.
¿Seguirá
viviendo allá?
¿Seguirá
vivo?
¿Será más
huérfano ahora por la muerte de su madre
como me
pasa a mí?
Y
también me gustaría recordar su nombre
para
mencionarlo
en las
historias más tristes,
cuando
alguno de los pibes de su banda se moría
y todos
fumaban y tomaban en una casilla cerca de la sala velatoria
para
hacerle el aguante.
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