lunes, 30 de marzo de 2020

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Me saco las zapatillas, las calzas, la camisa
y me tiro encima
un vestido modelo 1952
de cuando había encontrado un local de ropa 
barata
La última vez que fui ya me había hecho amiga de la dueña
ella misma diseñaba la ropa
que estaba a la moda no sé si adelantada
o desfasada
sin coincidir plenamente.
Además vendía petacas forradas con telas de colores
que no me convencieron
y como comentario adicional
distraen
del momento en que estuve frente al perchero 
y una chica sentada atrás del mostrador observándome.
Me sentí incómoda
o sentí que ella me necesitaba
o más bien que necesitaba a alguien
aunque desde el primer minuto
diría, desde antes de entrar, supe
que no era a mí a quien necesitaba
y que estaba alejada de serlo
con mi imagen
de exploradora solitaria.
Traté de darle una opinión
sobre cada prenda
realzando los detalles de diseño.
Creo que estos comentarios la aburrieron
soberanamente.
Me empezó a hablar de otras cosas
y terminamos mirando fotos de nuestros hijos.
Pero no sé quién
entró y ya no pudo ser
lo mismo ninguna de las veces que volví.
Compré este vestido de 1952 pero también
una pollera plisada negra, con enagua
cartera con cadena, dorada
campera heavy de tela, sin brillo.
Era como que a todo le habían bajado un cambio
aunque se intuía que ese punk daba para más.
Lo último que compré:
dos cosas que no me gustaron.
Me vi en el espejo del local
dando una total aprobación
pero cuando llegué a casa me di cuenta
de que jamás
me animaría a salir así a la calle.
Hice pruebas
mezclando estas dos prendas con otras
para tapar en definitiva
como me quedaban.
Fue un cambio radical en el diseño
que sufrieron todos sus artículos.
Esa tarde ella me los vendió llorando.
En realidad compré porque no soportaba la situación.
Tal vez ahora pudiera buscar esa ropa
con la que nos despedimos
y pintarle lágrimas
pero ya no sé si decir eso o no
porque parece demasiado cruel.

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